de San Bartolo, que está contrita de la sierra. Me fuí á la casa. Pedí mi hija.
Me gritaron: ¡ borracho!
Hice un desparramo y salí hachado. Estuve mucho tiempo enfermo. Sané, busqué mi hija—no la hallé.Yo la quería muchísimo, no la había visto nunca. Una tarde sabiendo que la casa estaba sola, me fuí á ver si la hallaba á Inés. La hallé. Me recibió como si no me conociera. Le pedí mi hija y me contestó—¡ que estaba borracho!—La hice acordar de la noche en que nos perdimos; me contestó—¡ borracho!—Lloré no sé de qué; me echó de la casa llamándome—¡ borracho !—Le pegué una puñalada...
Y esto diciendo, Crisóstomo se quedó pensativo.
Nosotros nos quedamos aterrados. —Y después ?dije yo, sacando á todos del abismo de reflexiones en que los había sumido la última frase del infortunado amante.
—Después—murmuró con amargura,—después he padecido mucho, mi Coronel.
—¿ Qué hiciste ?
—Me fuí á mi casa, le confesé á mi madre lo que había hecho, y á mi padre también, me rogaron que me fuera para San Luis, me arreglaron unas alforjas, tomé dos buenos caballos y me dirigí á Chajan. Pero al pasar por el camino de los indios, me dió la tentación de rumbear al Sud y me vine para acá.
—¿ Y no has vuelto á ver tus padres, ó á Inés ?
—Sí, mi Coronel, los he visto, varias veces que he ido á malón con los indios, porque el que vive aquí tiene que hacer eso, si no, no le dan de comer. A Inés la cautivamos en una invasión con su marido y sus padres.
Por mí se salvó ella; lloró tanto y me rogó tanto que la dejara, que la perdonara, que me dió lástima, estaba embarazada y conseguí que la dejaran.