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Era el caballero Villarreal, hijo de india y de cristiano, casado con la hermana de mi comadre Carmen, que me mandaba saludar y algunos presentes,—choclos y sandías.

La segunda china era hermana de mi comadre de la hermana de Villarreal.

Es éste un hombre de regular estatura, de fisonomía dulce y expresiva, embellecida por unos grandes ojos negros llenos de fuego. Vestía como un gaucho lujoso.

Habla bastante bien el castellano y se distingue por la pulcritud de su persona. Su padre, cuyo apellido lleva, fué vecino del Bragado. Tenía treinta y cinco años. Ha estado en Buenos Aires en tiempo de Rosas, y conoce perfectamente las costumbres de los cristianos decentes.

La mujer es una china magnífica, que también ha estado en Buenos Aires; me habló de Manuelita Rosas, tendrá treinta años. Su hermana tendrá dieciocho, y era soltera. Ambas vestían con lujo, llevando brazaletes de cuentas de muchos colores y de plata, collares de oro y plata, el colorado pilquén (la manta), prendida con un hermoso alfiler de plata como de una cuarta de diámetro, aros en forma triángulo, muy grandes, y las piernas ceñidas á la altura del tobillo con anchas ligas de cuentas.

La cuñada de Villarreal es muy bonita y vestida con miriñaque y otras hierbas sería una morocha como para dar dolor de cabeza á más de cuatro. Vestía con menos recato que su hermana, pues, al levantar los brazos, se veía la concavidad que forma el arranque del brazo cubierto de vello y agrandándose los pliegues de la camisa descubrían parte del seno.

Me entregaron los obsequios con mil disculpas de no haber traído más, por la premura del tiempo y los apuros de mi comadre.

Les agradecí la fineza, hice que les acomodaran los UNA EXCURSIÓN 12.—TOMO I