XIX
El amanecer —Llegada de las cargas.—El marchado de la mula Achauentrú en el Río 4.º — Un almuerzo en el fogón. — Lo que hicieron las chinas en cuanto se levantaron. El cabo Mendoza y Wenchenao. — Enojo fingido —Se presentó Caniupản.
Al día siguiente amaneció la atmósfera turbia y atornasolada.
Las ondulaciones del terreno arenoso reverberando el sol, formaban caprichosos mirajes, los objetos cercanos se divisaban lejos, creciendo sus proporciones.
Veíanse en lontananza grandes lagunas de superficie plateada y quieta; árboles colosales, que eran pequeños arbustos chamuscados por la quemazón; potros alzados que escarceaban y eran aves de rapiña, que aleteando alzaban el polvo sutil.
Una nubecilla de color terroso pardusco, llamaba hacía rato la atención de mi gente.
Yo estaba vacilando entre matar otra mula ó mandar á Crisóstomo comprar una res, porque los choclos no bastaban para que almorzara toda mi gente, cuando oí :
—¡Son indios!
—No, vienen muy despacio para ser indios.
—Son mulas.
—Deben ser las cargas.