Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/184

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La última frase sacándome de la indecisión en que estaba, me hizo incorporar, ponerme de pie, echar la visual en dirección á los objetos que ocasionaban la contradicción llamar á Camilo Arias, que tiene la vista de un lince, haciéndole una indicación con la mano:

— A ver qué es aquello?

Camilo fijó en el horizonte sus brillantes ojos, cuya mirada hiere como un dardo, y después de un instante de reflexión, con su aplomo habitual y su aire de profunda certidumbre, me contestó:

—Son las cargas, señor —¿Estás cierto?

—Sí, mi Coronel.

—¡Arriba todos!—grité.—¡ A la leña todos! ¡ Pronto, pronto un fogón que ya llegan las cargas!

Los asistentes se pusieron en movimiento, desparramándose á todos los vientos; y cuando cada cual regresaba con su carga, la nubecilla que había ido avanzando sobre nosotros trasparentaba claramente, á la vista del observador menos agudo, los tres hombres que quedaron atrás y las cuatro cargas con los orna mentos sagrados pertenecientes á los franciscanos, la hierba, el azúcar, las bebidas y otras menudencias de poco valor, que eran los grandes presentes que yo destinaba á los caciques principales.

Venían andando á ese paso de la mula que ni es tranco, ni es trote, ni es galope; pero que es rápido, y que en la jerga de la lengua de nuestra tiera, se llama marchado.

Es una especie de trote inglés, una especie de sobrepaso, que al ginete le hace el efecto de que la mala, en lugar de caminar, se arrastra culebreando.

Todos los aires de marcha, el tranco, 1 trote, el galope, son cansadores, fatigan hasta postrar.

Sólo el marchado no deshace el cuerpo, ni produce