Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/185

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dolores en las espaldas ni en la cintura, permitiendo dormir cómodamente sobre el lomo del macho ó de la mula, como en veloz esquife que, rápido, hien le las mansas aguas, dejando tras sí espumosa estela que, aunque parezca macarrónico, compararé al rastro que deja en el suelo blando el híbrido cuadrúpedo, cuya cola maniobra incesantemente á derecha é izquierda, á manera de timón cuando se mueve.

Llegaron, pues, las suspiradas cargas, y mientras se puso todo en tierra y se eligieron los pedazos de charque más gordos, se hizo un gran fogón, colocando en él una olla para cocinar un pucherete y cocer el resto de choclos que quedaba.

Los padres se ocuparon en abrir sus baúles, en sacar los ornamentos sagrados, que estaban húmedos, y en extenderlos con el mayor cuidado al sol.

Con una parte de los presentes para los caciques hubo que hacer lo mismo.

Las mulas se habían caído repetidas veces en los guadales del Cuero, y todo se había mojado, á pesar de ha ber sido retobado en cuero fresco, con la mayor prolijidad en el Fuerte Sarmiento.

Yo estaba contrariadísimo; ya sabía por experiencia cuán delicado es el paladar de los indios, pues muchísimas veces se sentaron á mi mesa en el Río 4.º, teniendo ocasión, al mismo tiempo, de admirar la destreza con que esgrimían los utensilios gastronómicos, la cuchara y el tenedor; lo bien que manejaban la punta del mantel para limpiarse la boca, el perfecto equilibrio con que llevaban la copa rebosando de vino á los labios.

Tengo muy presente un rasgo de buena crianza de Achauentrú, capitanejo de Mariano Rosas.

Comía en mi mesa; el asistente que le servía le pasó la azucarera, y como el indio viese que no tenía cuchara dentro, echó la vista al platillo de su taza de café, y