Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/186

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como viese que tampoco tenía cucharita miró al soldado, y lo mismo que lo habría hecho el caballero más cumplido, le dijo:

—¡Cuchara!

—Pronto, hombre, una cuchara para Achauentrú,— le grité yo, cambiando miradas de inteligencia con todos los presentes como diciendo: Positivamente, no es tan dificil civilizar á estos bárbaros.

Avisaron que el charqui estaba soasado y los choclos cocidos, pronto el pucherete.

—A comer—llamé.

Y sentándonos todos en rueda, comenzó el almuerzo, ocupando las visitas los asientos preferentes, que eran al lado de los franciscanos y de mí.

Las dos chinas estaban hermosísimas, su tez brillaba como bronce bruñido; sus largas trenzas negras como el ébano y adornadas de cintas pampas les caían graciosamente sobre las espaldas; sus dientes cortos, iguales y limpios por naturaleza, parecían de marfil; sus manecitas de dedos cortos, torneados y afilados; sus piececitos con las uñas muy recortadas, estaban perfectamente aseados.

Esa mañana, en cuanto salió el sol, se habían ido á la costa de la laguna, se habían dado un corto baño, y recatándose un tanto de nosotros, se habían pintado las mejillas y el labio inferior, con carmín que les llevan los chilenos, vendiéndoselos á precio de oro.

María, la cuñada de Villarreal, más coqueta que su hermana la casada, se había puesto lunarcitos negros, adorno muy favorito de las chinas.

Para el efecto hacen una especie de tinta de un barro que sacan de la orilla de ciertas lagunas, barro de color plomizo, bastante compacto, como para cortarlo en panes y secarlo así al sol, ó dándole la forma de un bollo.