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Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/187

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El charqui estaba sabrosísimo—á buena gana no hay pan duro, dice el adagio viejo, el pucherete suculento; los choclos dulces y tiernos como melcocha.

Los cristianos comimos bien; Villarreal y las chinas se saturaron con aguardiente.

Villarreal lo hizo hasta caldearse, término que, entre los indios, equivale á lo que en castellano castizo significa ponerse calamucano.

Llegó el turno del mate de café, no teniendo otro postre, y habiéndome apercibido de que nos rondaban algunos indios, recién llegados, los llamé, los convidé á tomar asiento en nuestra rueda y les di unos buenos tragos del alcohólico anisado.

Hice acuerdos en ese momento de que no me había informado del cabo conductor de las cargas, de las novedades del camino; y que aquél no habiendo sido interrogado, nada me había dicho al respecto.

Rumiaba si le llamaría ó no en el acto, cuando ciertas palabras cambiadas entre mis ayudantes me hicieron colegir que algo curioso había ocurrido.

Me resolví al interrogatorio, decidiendo incontinenti.

—¡Que llamen al cabo Mendoza !

—¡ Mendoza! ¡ Mendoza ! lo llama el Coronel—oyóse.

Y acto contínuo se presentó el cabo, cuadrándose militarmente.

—Y, ¿cómo ha ido por el camino?—le pregunté.

—Medio mal, mi Coronel—me contestó.

—¿Por qué no me habías dicho nada?

—Porque usía no me preguntó nada.

—Yo creía que no hubiera habido novedad, y tú debías haber pedido la venia para hablarme.

El cabo agachó la cabeza y no contestó.

—Bueno, pues, cuéntame lo que te ha sucedido.

— Señor, cuando íbamos llegando á un charco que es-