tá allicito no más, cerca del médano de la Verde, me salió un indio malazo, con cuatro más diciéndome :
—Ese soy Wenchenao, ese mi toldo, esa mi tierra.
¿Con permiso de quién pasando?
—Voy con el Coronel Mansilla.
—Ese Coronel Mansilla, ¿con permiso de quién pisando mi tierra?
—Eso no sé yo, amigo, déjeme seguir mi camino.
Los indios nos ponían las lanzas en el pecho y las hincaban á las mulas en el anca para hacerlas disparar.
No siguiendo camino sino pagando.
—¿Y qué quiere que le pague, amigo? ¿no ve que lo que llevamos es para el cacique Mariano?
Entonces dando, mejor. Mariano teniendo mucho; padre Burela viniendo con mucho aguardiente.
Mientras estábamos en esa conversación,—mi Coronel, uno de los indios descargó una mula, y llegaron unas chinas con unas pavas, las llenaron bien, echaron bastante azúcar, tabaco y papel en un poncho y se fueron.
Wenchenao nos dijo entonces :
—Bueno, amigo, siguiendo camino no mís, pero dardo camisa, pañuelo, calzoncillo.
Y hasta que no le dimos algo de eso, no nos quitaron las lanzas del pecho, ni nos dejaron pasar.
—Pues has hecho buena hazaña—le dije.—¿Conque tres hombres se han dejado saquear por unos cuantos indios rotosos?
—¿Y qué habíamos de hacer, mi Coronel ?—contestó, que por hacer pata ancha, nos hubieran quitado todo.
—Tienes razón—le dije;—retírate.
Dió media vuelta, hizo la venia y se alejó.
Aprovechando la presencia de Villarreal y de los otros indios, simulé el mayor enojo é indignación; ine