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Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/226

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un panadizo al que lo tenga, con una expedición á los Indios Ranqueles.

En efecto, querido Santiago, mirando con sangre fría mi viaje á los toldos, ¿no te parece que ha sido perder tiempo?

¿No te parece que las demoras que me ha hecho sufrir Mariano Rosas, antes de dejarme penetrar en su morada, las he merecido por mi extravagancia ?

¡ Cuánto mejor hubiera sido que mi jefe inmediato me negara la licencia!

Si lo hace, cuando menos me atufo, que así somos¡ desconocemos la mano que nos desea el bien y se la damos á quien nos quiere mal!

Pero acerquémonos á Leubucó, saliendo de donde nos detuvimos ayer.

Viendo que la parada se prolongaba y que mis cabalgaduras estaban muy sudadas, mandé mudar, para hacer la entrada en regla.

Era temprano aún y quién sabe cuánto tiempo íbamos á permanecer todavía sobre el caballo.

Mientras mudaban, el capitán Rivadavia me presentó varios personajes políticos refugiados en Tierra Adentro—siendo los dos más notables, un mayor Hilarión Nicolai y un teniente Camargo.

Ambos han pertenecido á la gente de Saa, y ganaron los indios después de la sableada de San Ignacio, llevando un puñado de soldados.

Muy mal me habían hablado de estos dos hombres.

Yo iba sumamente prevenido contra ellos, temiendo ser objeto de alguna maldad, aunque reflexionando me parecía que el hecho de ser cristiano debía mirarlo como una garantía.

Dígase lo que se quiera—la cabra siempre tira al monte.

Más tarde veremos si yo discurría mal en medio de