las preocupaciones de mi ánimo. Y mi ejemplo podrá serles útil á los que juzguen á los hombres por las reglas vulgares, apasionadas, iracundas, cuando la gran ley de la vida y de Dios es la caridad.
Ni el viejo Hilarión, ni el bandido Camargo, me hicieron el efecto que yo esperaba, ni me saludaron como me lo temía. Hilarión con todas sus mañas y Camargo con todas sus bellaquerías son dos hombres simpáticos, atentos y educados, especialmente Hilarión. Camargo es un tipo más crudo.
El primero tendrá cincuenta y cinco años, el segundo veintiocho. El uno tiene una larga barba, blanca como la nieve; el otro un lindo bigote negro, como azabache.
El uno parece un inglés, el otro tiene todo el sello del hijo de la tierra.
Hilarión es una especie gauchi—político. Camargo es un compadre neto, que sabe leer y escribir perfectamente, valiente, osado, orgulloso y desprendido.
Hilarión contemporiza con los indios, no habla su lengua. Camargo al contrario, habla el araucano, dice lo que siente, no le teme á la muerte y al más pintado le acomoda una puñalada.
Y sin embargo, Camargo es un ser susceptible de enmienda, según lo veremos cuando llegue el momento de referir su vida, sus desgracias las causas por qué se hizo federal, debidas en gran parte á una mujer.
Las tales mujeres tienen el poder diabólico de hacer todo cuanto quieren, y por eso ha de ser que los franceses dicen: ce que femme veut Dieu le veut. De un federal son capaces de hacer un unitario y viceversa, que es cuanto se puede decir. Por supuesto que de cualquiera hacen un tonto.
La presencia de mis nuevos conocidos, la charla con ellos, la operación de mudar caballos, hicieron más