Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/233

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virtud de los informes y detalles que recibían, descifraban el horóscopo, leyendo en el porvenir, relataban mis recónditas intenciones y conjuraban el espíritu maligno—el gualicho.

Habló el representante de Mariano Rosas.

Las coplas fueron las consabidas, con el agregado de que se alegraba tanto de verme llegar bueno y sano á su tierra; que estaba para servirme con todos sus caciques, capitanejos é indios, que aquel era un día grande, y que, en prueba de ello, oyese.

Al decir esto, hacían descargas con carabinas y fusiles, unos cuantos cristianos andrajosos, entre los que se distinguía un negro, especie de Rigoletto; quemaban cohetes de la India en gran cantidad y prorrumpían en alaridos de regocijo.

Yo contestaba con toda la afabilidad de un diplomático por el órgano de mi lenguaraz, que á su turno se dirigía á un representante que me había designado Caniupán, mi estatua del Comendador, desde el instante en que nos movimos de Calcumuleu.

Multiplicando los dos interlocutores principales, á cual más sus razones—so pena de desacreditarse ante el concepto de la opinión pública, que estaba allí congregada, no había remedio, los saludos duraban tanto como un rosario.

Después que fuí saludado, cumplimentado y felicitado, me pidieron permiso para hacerlo con los franciscanos, que por el hecho de andar á mi lado, de ver mis atenciones con ellos, y, sobre todo, porque llevaban corona, eran reputados mis segundos en jerarquía.

Concedí el permiso, y vino un diálogo como los que ya conocemos, con su multiplicación de razones, con sus últimas sílabas prolongadas á más no poder, y en el que resonaron con mucha frecuencia los vocablos:

chao, padre; uchaimá, grande; chachao, Dios y cu-