Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/237

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nur mío. Ayala los dirigía. El padre Burela, que, como se sabe, había llegado de Mendoza dos días antes que yo, con un cargamento de bebidas y otras menudencias para el rescate de cautivos, también andaba por allí, ocupando un puesto preferente. Jorge Macías, condiscípulo mío en la escuela del respetable y querido señor don Juan A. de la Peña, cautivo hacía dos años, andaba el pobre como bola sin manija.

La morada de Mariano Rosas, consistía en unos cuantos toldos diseminados y en unos cuantos ranchos, construidos por la gente de Ayala, en un corral y varios palenques.

Leubucó es una laguna sin interés, quiere decir agua que corre, leubú corre y de có agua. Queda en un descampado á orilla de una ceja de monte, en una quebrada de médanos bajos. Los alrededores de aquel paraje son tristísimos, es lo más yermo y estéril de cuanto he visto; una soledad ideal.

De Leubucó, arrancan caminos, grandes rastrillidas por todas partes. Allí es la estación central. Salen caminos para las tolderías de Ramón que quedan en los montes de Carrilobo; para las tolderías de Baigorrita, situadas á la orilla de los montes de Quenque; para las tolderías de Calfucurá en Salinas Grandes; para la Cordillera, y para las tribus araucanas.

Yo he recogido, á fuerza de maña y disimulo, muchos datos á este último respecto, que algún día no lejano, publicaré, para que el país los utilice. Y digo con maña y disimulo, porque entre los indios, nada hay más inconveniente para un extraño, para un hombre sospechoso, como debía serlo y lo era yo, que preguntar ciertas cosas, manifestar curiosidad de conocer las distancias, la situación de los lugares á donde jamás han llegado los cristianos, todo lo cual se procura mantener rodeado del misterio más completo. Un indio no