Nada mi Coronel, cosas de los indios, así es en esta tierra—me contestó.
—Supongo que no será alguna barbaridad—agregué.
—No señor, es que han de querer tratarlo con cariño; porque están muy contentos de verlo y medio achumados—repuso.
—¡Pero, poco más o menos, qué van á hacer?proseguí.
—Es que han de querer abrazarlo y cargarlo—respondió.
Pues si no es más que eso, murmuré para mis adentros, no hay de qué alarmarse, y como cuando grita uno á los que acaudilla en un instante supremo, ¡ adelante! adelante !
¡ —¡ Caballeros !—dije, mirando á mis oficiales á los dos franciscanos, que estaban hechos unas pascuas, sonriéndose con cuantos los miraban, —vamos á saludar á Mariano.
Avancé, me siguieron, llegamos á tiro de apretón de manos del cacique y comenzó el saludo.
Mariano Rosas me alargó la mano derecha, se la estreché.
Me la sacudió con fuerza, se la sacudí.
Me abrazó cruzándome los brazos por el hombro izquierdo, lo abracé.
Me abrazó cruzándome los brazos por el hombro derecho, lo abracé.
Me cargó y me suspendió vigorosamente, dando un grito estentóreo; lo cargué, y suspendí, dando un grito igual.
Los concurrentes, á cada una de estas operaciones, golpeándose la boca abierta con la mano y poniendo á prueba sus pulmones, gritaban: ¡¡¡aaaaaaaa!!!
Después que me saludé con Mariano, un indio, es-