Y por último mandé traer un barril de aguardiente y se lo regalé á Mariano.
Mariano me dijo:
—Para que vea, hermano, cómo soy yo con los indios, delante de usted les voy á repartir á todos. Yo soy así, cuanto tengo es para mis indios, ¡ son tan pobres !
Vino el barril y comenzó el reparto por botellas, calderas, vasos, copas y cuernos.
En tanto que Mariano hacía la patriarcal distribución, un hombre de su confianza, un cristiano, se acercó á mí y á voz baja me dijo:
—Dice el general Mariano que si trae más aguardiente le guarde un poquito para él, que esta noche cuando se quede solo piensa divertirse solo; que ahora no es propio que él lo haga.
¿Qué te parece cómo se hila entre los indios?
Contesté que tenía otro barril, que repartiese todo el que acababa de recibir.
La orgía siguió; era una bacanal en regla.
Epumer comenzó á ponerse como una ascua, terrible.
Mariano quiso sacarme de allí: me negué, su hermano quería beber conmigo y yo no quería abandonar el campo, exponiéndome á las sospechas de aquellos bárbaros.
Soy fuerte, contaba conmigo.
Si la fortuna no me ayudaba, alguna vez se acababa todo, algún día termina esta batalla de la vida en que todo es orgullo y vanidad.
—Yapaí—me dijo Epumer, ofreciéndome un cuerno lleno de aguardiente.
—Yapaí—contesté horripilado;—yo podía beber una botella de vino en una sentada. Pero un cuerno, al mejor se la doy.