Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/280

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Acabé de hacerlo, abrí la puerta y teniendo el caballo de la rienda con una mano y empinándome, porque el nicho estaba en una peña alta, encendía el cigarro con la derecha cuando,—zás, trás, me pegaron un bofetón.

Solté la rienda, el caballo con el ruido se espantó y disparó; yo creí que era el alma del difunto, que no quería que encendiera el cigarro en su vela, me helé de miedo y eché á correr asustado, sin saber lo que me pasaba, sin ocurrírseme de pronto que no era un bofetón lo que había recibido, sino un portazo dado por el viento.

Corría despavorido y había enderezado mal. En lugar de correr para mi casa, que quedaba en las orillas, corría para el pueblo. La noche estaba como boca de lobo. Se me figuraba que me corrían de atrás y de adelante. De todos los lados oía ruido, nunca me he asustado más fiero, mi Coronel.

Al llegar á las calles del pueblo, la sangre se me iba calentando; y veía claro en la obscuridad y oía bien.

Muchas veces gritaban :

—¡Por allí! ¡por allí!

— Cáiganle ! ¡ dénle !

Al doblar una cuadra me topé con unos cuantos, que no tuve tiempo de reconocer.

—¡ Alto ahí !—me gritaron.

Hice alto.

—¿Quién es usted?—me preguntaron.

—Miguel Corro—contesté.

— Maten! ¡ maten !—gritaron.

Hicieron fuego de carabina, me dieron sablazas y caí tendido en un charco de sangre. Por suerte no me pegaron ningún balazo. De no, ahí quedo para toda la siega.