de el suelo produce sin preparación ni ayuda una alma tan noble como la suya, es permitido creer que nuestro barro nacional empapado en sangre de hermanos, puede servir para amasar sin liga extraña algo como un pueblo con fisonomía propia, con el santo orgullo de sus antepasados, de sus mártires, cuyas cenizas descansan por siempre en frías é ignoradas sepulturas.
Miguelito siguió hablando.
—Al día siguiente vino mi madre, trayéndome una olla de mazamorra, una caldera, hierba y azúcar; hizo ella misma el fuego en el suelo, calentó agua y me cebó mate.
La Dolores le había mandado una platita con la peona, diciéndole que ya sabía que andábamos en apuros; que no tuviese vergüenza, que la ocupara si tenía alguna necesidad.
Mientras tanto, mi mujer propia no parecía. Vea, mi Coronel, lo que es casarse uno de mala gana, por la plata, como lo hacen los ricos.
La peona de la Dolores le contó á mi madre, que la niña estaba enferma, y le dió á entender de qué, y que yo debía ser el malhechor.
Mi vieja me echó un sermón sobre esto. Me recordó los consejos que yo nunca quise escuchar, porque así son siempre los hijos, y acabó diciendo redondo: «Y ahora ¿cómo vas á remediar el mal que has hecho?»> Me dió mucha vergüenza, mi Coronel, lo que mi madre me dijo; porque me lo decía mucho mejor de lo que yo se lo voy contando y con unos ojos que relumbraban como los botones de mi tirador. Pobre mi vieja!
Como ella no había hecho nunca mal á nadie, y la había visto criarse á la Dolores, le daba lástima que se hubiese desgraciado.
¡Siquiera no te hubieses casado! me decía á cada rato.