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Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/289

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overo que era un pingo muy superior que yo tenía.

Y era cierto, mi Coronel, fué una trampa muy fiera que me hicieron, y desde ese día ya anduvimos mal mi padre y yo; porque la parada había sido fuerte y perdimos tuitito cuanto teníamos.

Después me preguntó, que si alguien me había acompañado á hacer la muerte, y le contesté que no ; que yo solo lo había hecho todo, que no tenían que culpar á naides.

Que qué había hecho con la plata qué tenía el Juez en los bolsillos.

Le dije que yo no había tocado nada.

Cuando menos los mismos de la partida lo habían saqueado, como lo suelen hacer. Es costumbre vieja en ellos, y después le achacan la cosa al pobre que se ha desgraciado.

No me preguntó nada más, y se fué, y me volvieron á poner incomunicado, y de esa suerte me tuvieron una infinidad de días.

Ni con mi madre me dejaban hablar. Pero ella iba todos los días una porción de veces á ver cuándo se podría y á llevarme que comer.

Yo me aburría mucho de la prisión y estaba con ganas de que me despacharan pronto, para no penar tanto; porque las heridas se habían empeorado con la humedad del cuarto, y porque las sabandijas no me dejaban dormir, ni de día ni de noche.

Aquello no era vida.

Volvió otro día el escribano y me leyó la sentencia.

Me condenaba á muerte, vea lo que es la justicia, mi Coronel.¡ Y dicen que los doctores saben todo! ¿Y si saben todo, cómo no habían descubrido que no era el asesino del Juez aunque lo hubiera confesado? ¡ Y