muchos que después de la patriada de Caseros, no hablan sino de la Constitución!
Será cosa muy buena. Pero los pobres somos siempre pobres, y el hilo se corta por lo más delgado.
Si el Juez me hubiera muerto á mí en de veras, á que no lo habían mandado matar?
He visto más cosas así, mi Coronel, y eso que todavía soy muchacho.
El escribano me dejó solo.
Pasé una noche como nunca.
Yo no soy miedoso; ¡ pero se me ponían unas cosas tan tristes! ¡ tan tristes! en la cabeza, que á veces me daba miedo la muerte. Pensaba, pensaba en que si yo no moría moriría mi padre, y eso me daba aliento. i El viejo había sido tan bueno y tan cariñoso conmigo! Juntos habíamos andado trabajando, compadreando, comadreando en jugadas y en riñas. Cómo no le había de querer, hasta perder la vida por él—la vida, que, al fin, cualquier día la rifa uno por una calaverada, ó en una trifulca, en la que los pɔbres salen siempre mal.
Qué ganas de tener una guitarra tenía, mi Coronel.
En cuanto me volvieron á poner comunicado fué lo primerito que le pedí á mi madre que llevara. Me la llevó y cantando me lo pasaba.
Los de la partida venían á oirme todos los días, y ya se iban haciendo amigos míos. Si hubiera querido fugarme me fugo. Pero por no comprometerlos no lo hice. El hombre ha de tener palabra, y ellos me decían siempre no nos vaya á comprometer, amigo.
Siempre que mi vieja iba á visitarme, me lo repetían; y el centinela se retiraba y me dejaba platicar á gusto con ella.
Mi madre no sabía nada todavía de que me hubieran sentenciado, y yo no lo quería decir, porque la