abandono hacen crecer el peligro en la medrosa ima ginación.
Es por eso que el valor á media noche, es el valor por excelencia.
Las tinieblas tienen un no sé qué de solemne, que suele helar la sangre en las venas hasta congelarla.
Yo no creo que exista en el mundo ur. solo hombre que no haya tenido miedo alguna vez de noche.
De día, en medio del bullicio, ante testigos, sobre todo ante mujeres, todo el mundo es valiente, ó se domina lo bastante para ocultar su niedo.
Yo he dicho por eso alguna vez: el valor es cuestión de público.
El hombre que en presencia de una dama hace acto de irresolución puede sacar patente de cobarde.
Yo tengo un miedo cerval á los perros, son mi pesadilla; por donde hay, no digo perros, un perro, yo no paso por el oro del mundo si voy solo, no lo puedo remediar, es un heroísmo superior á ní mismo.
En Rojas, cuando era capitán, tenía la costumbre de cazar.
De tarde tomaba mi escopeta y me iba por los alrededores del pueblito.
En dirección al bañado, donde los patos abundaban más, había un rancho.
Inevitablemente debía pasar por allí si quería ahorrarme un rodeo por lo menos de tres cuartos de legua.
Pues bien. Venirme la idea de saiir y asaltarme el recuerdo de un mastín que habitaba el susodicho rancho, era todo uno.
Desde este instante formaba la resolución valiente de medírmelas on él.
Salía de mi casa y llegaba al sitio crítico, haciendo cálculos estratégicos, meditando la maniobra más con-