de barba, veneno ó arrojándose de una torre. No hay que discutirlo..
Hay héroes porque hay mujeres.
Y es mejor no pensarlo—¡qué sería el hermoso planeta que habitamos, sin ellas ?
La presencia é inmediación de los míos, el orgullo de no dejarme avasallar, ni sobrepujar por aquellos bárbaros en nada y por nada, me hacían insistir contra las reiteradas instancias de Mariano Rosas, en no retirarme.
Mi principal temor era embriagarme demasiado. A una loncoteada no le temía tanto.
Loncotear, llaman los indios á un juego de manos, bestial.
Es un pugilato que consiste en agarrarse dos de los cabellos y en hacer fuerza para atrás, á ver cuál resiste más á los tirones.
Desde chiquitos se ejercitan en él.
Cuando á un indiecito le quieren hacer un cariño varonil, le tiran de las mechas, y si no le saltan las lágrimas le hacen este elogio: ese toro.
El toro es para los indios el prototipo de la fuerza y del valor. El que es toro, entre ellos, es un nene de cuenta.
Los yapai, hermano» ¡ no cesaban!
Epumer la había emprendido conmigo, y un indiecito Caiomuta, que jamás quiso darme la mano, so pretexto de que yo iba de mala fe: ¡Winca engañando!
salía constantemente de sus labios.
El vino y el aguardiente corrían como agua, derramados por la trémula mano de los beodos, que ya rugían como fieras, ya lloraban, ya cantaban, ya caían como piedras, roncando al punto ó trasbocando, como atacados del cólera.
Aquello daba más asco que miedo.