respeto, dice que cuanto es y sabe se lo debe él; que después de Dios no ha tenido otro padre mejor; que por él sabe cómo se arregla y compone un caballo parejero; cómo se cuida ganado vacuno, yeguarizo lanar, para que se aumente pronto y esté en buenas carnes en toda estación; que él le enseñó á enlazar, á pialar y á bolear á lo gaucho.
Que á más de estos beneficios incomparables le debe el ser cristiano, lo que le ha valido ser muy afortunado en sus empresas.
Ya te he dicho que estos bárbaros respetan á los cristianos, reconociendo su superioridad moral, aunque les gusta vivir como indios, el dolce far niente, tener el mayor número posible de mujeres, tantas cuantas pueden mantener, en una palabra, ser evangelista en cuanto esto presupone cierta virtud misteriosa para ser felices en la paz y en la guerra.
Verdad es que la civilización moderna hace lo mismo con cierto disimulo, y es por esto, sin duda, que alguien ha dicho que nuestra pretendida civilización no es muchas veces más que un estado de barbarie refinada.
Por supuesto, que siendo yo sobrino carnal de Ro sas, oyéndolo hablar al indio de su padrino y progenitor postizo, me haría la ilusión de que lo más fácil del mundo para mí era catequizarlo. Al más ducno se le queman los libros en presencia de un hombre de estado primitivo.
La vanidad y tontera humanas, ¿dónde no reciben su castigo? Ya veremos cómo la diplomacia es igual en todas partes, lo mismo en Londres que en Viena, en Buenos Aires que en Leubucó; que la cuña para ser buena ha de ser del mismo palo. Y lo que es más filosófico aún, que la gratitud anda á caballo en casa de aquellos que creen merecérselo todo.