Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/332

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Y aunque parezca broma ó exageración, debo decirlo, las noticias no escasean.

Todo cuanto sueñan los refugiados circula como noticia que ha venido de Mendoza ó San Luis, de Córdoba ó el Rosario.

Hoy es Urquiza quien se ha pronunciado contra los salvajes, mañana Saa que ha invadido; al día siguiente Guayama, el bandolero de los llanos es el que ha sublevado la Rioja, después los Taboada han dado el grito contra el Gobierno.

Todas estas voces se discuten, se comentan, se prestan á mil conjeturas, se trata de saber cómo han llegado, quién las ha traído, y el tiempo corre y nada sucede, y el malón aplazado se realiza, porque el tiempo es oro y es necesario no perderlo, ya que los amigos federales se duermen en las pajas. No hay idea de todas las quimeras que en aquellos mundos han mecido la imaginación con motivo de la guerra del Paraguay.

Ha sido una comedia.

Pero ahora que ya sabes el origen de Mariano Rosas, qué cara tiene, cómo se viste, de qué se ocupan los politicastros de Tierra Adentro y otras particularidades, reanudemos el hilo del relato empezado al terminar mi carta anterior.

Mariano me había hecho un yapaí. Yo tenía el cuerno lleno de aguardiente en la mano.

—Yapaí, hermano—le dije, y me lo bebí de un sorbo para no tomarle el gusto, como si fuera una purga de aceite de castor.

Sentí como si me hubieran echado una brasa de fuego en el estómago. La erupción no se hizo esperar; rri boca era un albañal. Despedía á torrentes todo cuanto había comido y una revolución intestinal rugía dentro de mí. Oía el bullicio porque tenía orejas, nɔ veía nada. Se me figuraba que no estaba en el suelo sino