Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/334

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 330 —

afuera, yo luchando por no retirarme de la enramada.

Nos separábamos, nos volvíamos á abrazar. Tornábamos á separarnos y en cada atropellada que me hacía metíame las manos por la cara.

Yo estaba tentado de llamar á mis oficiales y asistentes, porque francamente, recelaba un desaguisado.

Pero me daba no sé qué hacerlo. Cierto es que allí no había perros que me asustaran, mas es que tampoco había miriñaques que me alentaran. Aquel público, el instinto que despertaba en mí era el de la conservación.

De aguardiente no quedaba ya sino el olor.

La chusma quería rematarse.

—Dando más aguardiente, Coronel—me decían.

—Otro poco, hermano—me dijo Mariano.

Miguelito les habló en su lengua, y tirándome de un brazo :

—Vamos, mi Coronel—me dijo.

Comprendí que quería sacarme de allí. Lo seguí.

Los indios se echaron en el suelo, unos os sobre otrostcdos revueltos.

Miguelito me llevaba en dirección á mi rancho. iba á amanecer. El cielo se había cubierto de nubes. La luz de las estrellas apenas brillaban al través. Estábamos en tinieblas. Yo caminaba, no por mi voluntad sino arrastrado por mi guardián. Me bamboleaba perdiendo por momentos el equilibrio. Llegamos á la puerta de mi rancho, Miguelito alzó el cuero.

—Entre y descanse—me dijo,— mi Coronel. Yo voy á entretenerlos á aquéllos.

Entré.

Detrás de mí entró una sombra.

A la luz moribunda del candil que había llevado Carmen hacía un rato, me pareció ver una mujer.