Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/340

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Iba á tronar contra el negro, porque era él en cuerpo y alma el de la música, cuando entró en el toldo, y plegando su instrumento y sellando sus labios, interrumpió las coplas para decirme:

—Buenos días, mi amo, i su mercé ha pasado bien la noche?

Me pareció mejor írmele á las buenas, y así le contesté :

—Muy bien, hombre, gracias, siéntate. Pero con la condición que no has de tocar tu maldito acordeón, ni has de cantar. Ya estoy harto.

Sentóse.

Le pasaron un mate, y entre chupada y chupada, me refirió su vida en cuatro palabras.

—Mi amo, me dijo, yo soy federal. Cuando cayó nuestro padre Rosas, que nos dió la libertad á los negros, estaba de baja. Me hicieron veterano otra vez.

Estuve en el Azul con el General Rivas. De allí me deserté y me vine para acá. Y no he de salir de aquí hasta que no venga el Restaurador, que ha de ser pronto, porque don Juan Saa nos ha escrito que él lo va á mandar buscar. Yo he si de los negros de Ravelo.

Y aquí interrumpió la historia de su vida, entonando, ó mejor dicho, desentonando, esta canción:

Que viva la patria Libre de cadenastar.

Y viva el gran Rosas Para defenderla.

Le atajé el resuello, diciéndole :

—Hombre, ya te he dicho que no quiero oirte anCallóse, y mirándome con cierta desconfianza me preguntó: