depresión de los párpados inferiores, cuyo tinte era violáceo.
En el instante de acercarme al corral, revoleaba el lazo para echar un piale. Lo recogió, y viniendo á mí con el mayor cariño y cortesía, me estiró la mano y me dió los buenos días, preguntándome cómo habí pasado la noche, que si no me había incomodado.
Estuve tan galante y afectuoso como él.
—Esa vaca gorda es para usted, hermano—me dijo.
Y súbito, revoleó el lazo y echó un piale maestroy volviéndose á mí, haciendo pie con una destreza admirable, me dijo:
—Esto se lo debo á su tío, hermano.
Enlazada y pialada la res, cayó en tierra.
Creí que iban á matarla como lo hacemos los crietianos, clavándole primero el cuchillo repetidas veces en el pecho, y degollándola en medio de bramidos dos garradores, que hacen estremecer la tierra.
Hicieron otra cosa.
Un indio le dió un bolazo en la frente dejándola sia sentido.
En seguida la degollaron.
—¿Para qué es ese bolazo, hermano?—le pregunté á Mariano.
—Para que no brame, hermano—me contestó— ¿NJ
ve que da lástima matarla así?
Que la civilización haga sus comentarios y se conteste á sí misma, si bárbaros que tienen el sentimiento de la bondad para con los animales son su ceptibles ó no de una generosa redención.
Degollada la res, la abandonaron á las chinas.
Ellas la desollaron, la descuartizaron y la despostarenrecogiendo hasta la sangre.
Mariano Rosas y yo nos volvimos juntos á su toldo, conversando por el camino como dos viejos camaradas.