· 360 — Este ya sabe quería decir que lo matasen si era nece sario, si no obedecía.
Camargo obedeció y salió, volviendo al rato con la contestación de Epumer.
Decía éste, que ya había sabido lo que andaba hablando Blanco y que le había hecho decir que se moderase.
Oyendo esto Mariano, me dijo:
—Ya ve, hermano, cómo no hay cuidado. No haga caso de ese indio. Yo he de hacer que se someta, y de no, que se vaya. Cuando oyó decir que nos iban á invadir, dejó el «Cuero» y sin mi permiso se fué para Chile con cuanto tenía. Y ahora que sabe que estamos de paz, que no hay temor de que nos invadan, vuelve. Ese es amigo para los buenos tiempos. No ha de hacer nada, es pura boca.
Camargo confirmó todo cuanto dijo Mariano y agregó algunas observaciones muy de gaucho, como por ejemplo: yo sé dónde ese indio pícaro tiene la vida.
En estas pláticas estábamos y la hora de comer se acercaba, cuando entrando el capitán Rivadavia, me dijo que me esperaban con la comida pronta.
Saqué el reloj, y haciéndoselo ver á Mariano, dije:
—Las cuatro.
El indio lo miró, como dándome á entender que e3taba familiarizado con el objeto y me dijo:
—Muy bueno, yo tengo uno de plata. Pero no lo uso.
Aquí no hay necesidad.
—Es verdad—le contesté.
Y él repuso:
—Vaya, no más, hermano, á comer, ya es un poco tarde.
Salí, pues, nuevamente del toldo, comí, y al entrarse el sol, volví á la enramada.