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—¿Por qué no se acuesta, amigo, en la cama—le dije, con confianza?

Al oir esta irónica insinuación se puso de pie.

—Hola—le dije,—¡ conque sabías que no debías sentarte delante de tu jefe, ni entrar cuando él no te ll mara?

Y esto diciendo le saqué de allí á fuertes empe'lones.

El gaucho hizo pie y se encrespó diciéndome n una tonada la más cordobesa, con tonada de la Sierra:

—¿Y si no sé, por qué no me enseña pues?

—Pues, por esa compadrada, toma—le dije, y le dí algo que solemos dar los militares cuando queremos aventar un recluta que no tiene el instinto de la disciplina y del respeto á sus superiores.

Durante algunos días el gaucho anduvo con el ceño fruncido, mirándome de reojo, como viendo el lugar de mi cuerpo que más le convenía para acomodarme una puñalada.

No había más que un solo medio de dominarle; despreciarle é inspirarle confianza plena á la vez.

Llamélo y le dije:

—Mañana, en cuanto salga el lucero, ensillas mi zaino grande, empujas la puerta de mi cuarto, entras despacio, te acercas á mi cama, me llamas, y si no me despierto, me mueves.

Preparé un rollo de cincuenta bolivianos y una carta para el Comandante Racedo, del Batallón 12 de línea, que estaba de allí cinco leguas, diciéndole:

«Eso que lleva Rufino Pereira, es con el objeto de probarle, despáchele sin demora, y anote la hora en que llega y la hora en que sale. » Yo tengo el sueño sumamente liviano.

UNA EXCURSIÓN 24.—TOMO I