Página:Una traducción del Quijote (1).djvu/10

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— ¡Un médico! —dijo éste,— ¿dónde encontrarle?

— Vaya V. por el coche, —repuso el aya.

— Pero si no permiten entrar aquí carruajes, se perderia mucho tiempo en.. ¡Ah! lo mejor será esto.

Y tomando en brazos á la Princesa, casi desmayada de dolor, comenzó á correr en dirección á la puerta del Retiro.

El aya recogió maquinalmente la labor en que habia estado ocupada, la sombrilla y un libro de la Princesa, otro que el jóven habia dejado caer en medio de la calle de árboles, y les siguió con todo el apresuramiento que su edad la permitía.

Desde el sitio en que sucedió este incidente hasta la entrada del Retiro, média un buen estrecho; de suerte que cuando el jóven llegó con su, para él preciosa carga, á la plaza en donde estaba la berlina de la Princesa, apenas le quedaron fuerzas para colocar á ésta en el carruaje, ayudado del cochero.

El aya llegó momentos después; el coche partió con rapidez; y el jóven, rendido de cansancio, se dejó caer en la escalera de la iglesia contigua.


VII.

La Princesa tenía dislocado el pié. La cura fué lenta, y la linda paciente tuvo que permanecer muchos dias en su aposento.

Durante este tiempo, ella y el aya hablaron algunas veces del jóven del Retiro. La anciana le recordaba con gratitud.

— ¡Pobre jóven, —decia;— qué bueno parece! A no ser por él hubieras sufrido mucho más. ¡Cómo te llevaba en brazos, y qué cansado debia estar cuando te dejó en el coche!

La Princesa oia al aya y se quedaba pensativa.

Un dia ésta recordó un incidente.

— Sabes, —dijo, — que creo que me he traido un libro de ese jóven, que recogí del suelo.

La Princesa se hizo traer los pocos libros que últimamente habia leído.

Entre ellos encontró uno desconocido, pero que creyó haber visto en manos del jóven del Retiro.