Página:Una traducción del Quijote (1).djvu/22

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calándose los lentes para mirar al grupo que acababa de presentarse.

— Vuestra calidad de extranjero, Milor, disculpa la pregunta: porque ¿quién en San Petersburgo no conoce al Príncipe de Lucko, fac-totum consejero íntimo del Emperador, á su preciosa hija María, que tiene tantas gracias como miles de rublos de dote, y al Baroncito de Pratosoff, sobrino del primero, y por consiguiente primo de la segunda, por la cual parece renunciar á sus pollescos triunfos amorosos, obtenidos aqui y en las diferentes capitales de Europa que ha visitado; por supuesto en compañía de su ayo?

El que de este modo contestó á la pregunta del hijo de Albion, era un jóven diplomático, de treinta años de edad, convaleciente, según se decia, de los desdenes de la Princesa de Lucko.

Esta, durante el diálogo anterior, se fué aproximando lentamente, acompañada de sus dos caballeros, hasta llegar en medio del vestíbulo. La Princesa estaba tan linda como la hemos conocido en Madrid; pero un airecillo de gravedad habia sustituido á la infantil expresión de su semblante: seis meses son un siglo en la vida de la mujer, sobre todo, en los primeros albores de la adolescencia.

En torno de la linda jóven se formó un grupo de hombres de distintas edades, que se acercaron á saludar á ella y á su padre. María hablaba con todos con la mayor indiferencia, mirando con cierta impaciencia hacia la puerta exterior, como deseando que el ugier anunciase la aproximación de su carruaje.

De repente, y durante un momento en que sus miradas vagaban distraídas, fijáronse con insistencia en un rincón del vestíbulo. Habia allí un grupo de cinco ó seis caballeros, y detrás de éstos, á alguna distancia, un jóven envuelto en un paleto, y casi incrustado en una columna. El grupo se deshizo, precisamente en el instante en que María miraba hacia aquel lado, y ésta pudo ver al jóven, y quizá sorprender la dirección de sus miradas.

Se puso muy pálida; se apoyó más en el brazo de su padre, y luego se quedó pensativa, contestando maquinalmente á las preguntas que la dirigian.

Hé aquí la síntesis de sus pensamientos.

«Es él; ha venido á San Petersburgo, sin duda por causa mia, para verme. ¡Pobre jóven! ¡Hacer un viaje tan largo, quizá con escasos recursos! Tal vez me sigue á todas partes, en los pocos