Página:Una traducción del Quijote (3).djvu/6

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Miguel no contestó.

— M. Miguel, —repuso el Príncipe, después de una breve pausa.- Conozco el carácter de mi hija: es apasionada y tenaz, como todo el que desde niño no reconoce obstáculos á su voluntad.

— La Princesa es un ángel, señor.

— No os lo negaré, y hasta el presente no he tenido por qué arrepentirme de mi debilidad para con ella; pero esto no obsta, para que contrariando mi deseo, se haya apasionado por vos.

— Señor, yo he tenido en parte la culpa, y yo remediaré el mal,

—¿Cómo?

— La Princesa no volverá á verme.

— Conozco la lealtad de vuestro carácter y sé que cumpliriais vuestro propósito; pero temo por mi hija.

— La Princesa, cuando se persuada de mi muerte, se consolará y me pondrá en olvido.

— Vuestra muerte, M. Miguel, ¿qué decis?

— La verdad, señor, moriré y moriré sin pena. Soy huérfano, nadie se interesa por mi y mi vida es tan estéril y tan desgraciada que no merece la pena de conservarla.

El Príncipe se conmovió al oir estas palabras.

Habia tal convicción y tanta tristeza en el acento con que fueron pronunciadas, que aquel sintió aumentarse su simpatía hacia el jóven extranjero, comprendiendo que no se las habia con un amante vulgar. El amor de Miguel estaba acrisolado en el sacrificio, y harto se traslucia su noble corazon, para confundirle con el de un pescador de dotes ó de posicion social.


IV.

— M. Miguel, —dijo el Príncipe,— conozco que debo ser el primero; os concedo la mano de mi hija.

El jóven se agitó en su asiento, lanzando una exclamacion salida de lo íntimo de su corazon.

Luego inclinó la cabeza sobre el pecho, pronunciando esta palabra, que llenó de asombro al Príncipe:

— ¡Imposible!

Pero creyendo haber equivocado el sentido de la frase de Miguel; que primeramente comprendió en el verdadero: