Página:Una traducción del Quijote (3).djvu/8

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«Al cumplir yo diez y siete años, Damian, que fué un fiel criado de mi padre y que nunca se ha separado de mí, me entregó este escrito, que ruego que leais, porque yo no me siento con ánimo para ello» — y Miguel dio al Príncipe un papel envuelto en un sobre, y que era el mismo que en una ocasión hemos visto leer en su cuarto al desdichado jóven.

El Príncipe miró el sobre que decía, A mi hijo Miguel, y luego leyó en voz alta el escrito, que estaba concebido en estos términos:


V.

«Hijo mio, hijo de mi alma, cuando leas estas líneas, ya estarás en estado de comprender su trascendencia, y habrás llegado á la edad en que las pasiones comienzan á agitar el corazon del hombre. Acuérdate de que al lado de mi lecho de muerte me hiciste la promesa de cumplir mi última voluntad. ¡Miguel de mi vida! Yo quiero apartar de ti, la cruz que ha pesado sobre mi existencia; hijo mio, con la voz de la eternidad, con la convicción de la experiencia, y en la seguridad de que cumplirás una promesa sagrada, te ruego y te mando que nunca unas tu suerte á la de una mujer que posea más bienes de fortuna que tú...

— Ya sabeis, señor, la postrera voluntad de mi padre, —dijo Miguel tomando el papel que el Príncipe le devolvía en silencio.— Previendo que pudiera llegar este caso, hace dias que esta carta no se aparta de mí. Si estais persuadido de mi inmenso amor hacia la Princesa, si por el relato que acabo de haceros habeis comprendido el respeto y la sin igual ternura que me inspiraba mi padre; juzgad cuál ha sido mi vida durante algunos meses. Desde el primer instante, á mi amor se ha unido el azoramiento de mi conciencia, y si á pesar de lucha tan obstinada no he podido vencerme á mí mismo, es, señor, que estoy destinado á morir.

El pobre jóven enmudeció poseído de profundo abatimiento. El Príncipe le miraba sin saber qué decir. La historia de la familia de Miguel, por la que adivinaba las tristezas íntimas de aquel drama doméstico; y la carta que acababa de leer, juntamente con el estado en que veía al desdichado amante de su hija, le causaron honda impresión, con tanto mayor motivo, por cuanto no veía