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ter a Hipólito Sergueievich que iría con su hermana a casa de los Olesov.

El la acompañó un poco, y cuando volvió, después de alejarse la muchacha, a la terraza, sintió una dulce cuita, como si hubiera perdido algo sin lo que no pudiera pasarse. Sentado a la mesa ante una taza de té frío, trató de apartar de su alma la dulce memoria de las emociones de aquel día; pero renunció a ello en vista de lo doloroso del intento.

"¿Para qué?—se dijo—. Nada de esto tiene importancia. A ella no le hace ningún daño, no podría hacérselo, aunque yo quisiera. Verdad es que a mí me trastorna un poco; pero... son tan buenas y tan juveniles estas emociones"...

Sonriéndose con ironía, pensó en su firme decisión de reeducar espiritualmente a Varenka y en el fracaso de sus tentativas pedagógicas.

—No, hay que emplear con ella otras palabras. Es un corazón demasiado virgen... ¡En fin, una muchacha muy extraña!

Isabel Sergueievna encontró a su hermano sumido en tales reflexiones. Llegó parlanchina y excitada, como su hermano no la había visto en la vida. Dándole orden a Macha de recalentar el samovar, se sentó frente al catedrático y empezó a hablarle de Benkovski.

En todos los rincones de su vieja casa acechaban los ojos severos de la miseria, triunfante sobre aquella familia. Parecía que no había un solo "copek" en toda la casa, ni nada que comer. Para