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el almuerzo habían enviado a buscar huevos a la aldea. No podían permitirse el lujo de comer carne, y por eso el viejo Benkovsky defendía el régimen vegetariano, en el que veía la regeneración de la humanidad. Se advertía en la casa un absoluto desarreglo. Todos estaban de mal humor, probablemente porque tenían hambre. Les había propuesto que le vendiesen un triangulito de terreno que penetraba en las tierras de ella.

—Para qué?—le preguntó su hermano.

—¡No comprendes mis razones de mujer práctica! Figúrate que lo hago por mis futuros hijos dijo ella riendo—. Bueno, y tú cómo has pasado el día?

—Bastante bien.

Calló ella un instante, mirando a su hermano de reojo.

—Voy a hacerte una pregunta un poco indiscreta, y te pido perdón por adelantado: ¿No temes... enamorarte un poco de Varenka?

Y qué hay en eso de temible?—preguntó a su vez Hipólito Sergueievich, con un interés que ni él mismo comprendía.

—Que te enamores seriamente.

—No me cred capaz de eso—respondió él con tono escéptico, seguro de que no mentía.

—Entonces, muy bien! No estará de más que te enamores un poquito: eres demasiado severo y... un poco seco para tus años. Yo me alegraría mucho de que Varenka consiguiese inquietarte algo... ¿Te gustaría verla más a menudo?