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—Me ha hecho prometerle ir contigo a su casa.

—Bueno, ¿cuándo quieres que vayamos?

—Me es igual... Cuando quieras. Estás hoy de buen humor.

—Se advierte en seguida, ¿verdad?—rió la viuda. Sí; estoy muy contenta del día... Quizás lo que voy a decir te parezca cínico; pero... desde que he enterrado a mi marido, me siento..renacer a una nueva vida... Claro que esto denota un gran egoísmo; pero es el egoísmo jubiloso de un preso a quien se ha puesto en libertad.

No debes, pues, juzgarme demasiado severamente.

¡Dios mío, cuánta palabra para expresar una idea tan sencilla! Eres feliz, lo que me parece muy bien. Debes gozar de tu felicidad—dijo con cariño Hipólito Sergueievich.

—Hoy eres bondadoso, amable. Ya ves, un poco de felicidad cambia completamente al hombre, que se vuelve mejor, más puro. Y, sin embargo, hay quien pretende que es el sufrimiento lo que nos purifica.

"Si Varenka sufriera, qué cambio experimentaría ?" se preguntó mentalmente el joven sabio.

Poco después se separaron. Ella se puso al piano. El se fué a su cuarto, se acostó y se sumió en sus reflexiones. Qué idea tendría de él Varenka? ¿Le creería hermoso, inteligente? ¿Qué podría gustarle en él? No cabía duda de que la muchacha encontraba en él algo atrayente; pero era dudoso que lo que la atrajese fuera su ta-