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con tanta violencia como si quisiera separársela del tronco.

La tía Luchitsky gritó furiosa:

¡Te he mandado mil veces que te pares cuando el coronel empieza a toser!

Y cogiendo a Fekla por los hombros le hizo detenerse.

Hipólito Sergueievich y su hermana se detuvieron también, esperando que el coronel acabase de toser.

Al fin, todos echaron a andar de nuevo y se hallaron momentos después en una habitacioncita poco ventilada y que hacían aún más angosta numerosas butacas con fundas de tela blanca.

—Siéntense ustedes... ¡Fekla, avisa a la señorita! ordenó la tía Luchitsky..

—¡Isabel Sergueievna, me alegro mucho de verla a usted!—declaró el coronel, mirando a la viuda con sus ojos de buho, emboscados bajo espesas cejas.

La nariz del coronel era desmesuradamente grande y ocultaba su base un poblado bigote blanco.

—Ya sé que se alegra usted de verme—dijo con voz acariciante Isabel Sergueievna—, como yo Ime alegro de verle a usted.

¡Eso si que no es verdad! Usted no puede tener ningún.gusto en ver a un viejo como yo, atormentado por la gota y con el deseo constante de beber un poco de "vodka". Hace veinticinco años se podía, en efecto, tener gusto en ver a