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Vasili Olesov... y muchas mujeres me miraban con gusto; pero ahora... ahora, ni yo la necesito a usted ni usted me necesita a mí. Sin embargo, gracias a su visita de usted se me dará "vodka", y por eso me alegro de verla.

—No hables demasiado, que empezarás otra vez a toser! le dijo la tía Luchitsky.

—Oye usted?—dijo el coronel, dirigiéndose a Hipólito Sergueievich—. Se me prohibe hablarcomer y beber lo que tenga gana, porque me hace daño. ¡Todo me hace daño, demonios! Hasta vivir me perjudica. Soy una ruina. No le deseo a usted que se encuentre en un estado semejante... Aunque usted también, probablemente, se morirá pronto... Es usted un hombre propenso a la tisis, pues tiene el pecho muy estrecho.

Hipólito Sergueievich miraba al coronel y a la tía Lechitsky, y pensaba:

"¡Entre qué monstruos vive Varenka!" Nunca se había imaginado el medio en que vivía la muchacha, y lo que estaba viendo le producía una impresión terrible. Experimentaba cierta repugnancia ante la delgadez rígida y severa de la tía Luchitsky y su largo cuello amarillo, Sentía, cuando hablaba la dama, algo como el temor de que la voz opaca que brotaba de su pecho ancho, pero liso como una plancha, se lo desgarrase. El roce de su falda le sonaba como un crujir de huesos. El coronel olía a alcohol, a sudor y a tabaco malo. Debía de ser muy irritable, según el brillo de sus ojos; y el imaginárselo irri-