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Yo me quedo aquí. Quiero charlar un poco con Margarita Rodionovna y con el coronel.

El coronel prorrumpió en una carcajada irónica.

—Su hermana de usted quiere seguir un rato junto a la tumba donde caerá pronto mi cuerpo medio muerto.

Hipólito Sergueievich salió con Varenka al jardín.

"En seguida me preguntará si me aburro" —pensó.

Pero la muchacha le preguntó, en vez de lo que él esperaba:

—¿Qué le parece a usted papá?

—Es un hombre—respondió él dulcemente que inspira' respeto.

—¿Verdad?—dijo ella contenta—. Le inspira respeto a todo el mundo. ¡Es tan valiente! No le' gusta hablar de su pasado; pero tía Luchitsky, que estaba en su mismo regimento, me ha contado que en la batalla, al pie de la montaña verde, su caballo fué herido por una bala, y corrió, con él encima, al campo enemigo. Los turcos empezaron a disparar. Mataron al caballo. Mi padre cayó al suelo y vió a cuatro turcos correr hacia él. Uno de ellos quiso pegarie con el fusil, y papá le cogió por una pierna, le derribó y le mató de un pistoletazo. Los otros tre turcos llegaban. Papá cogió el fusil del muerto y le dió a uno de ellos un culatazo tan formidable que el fusil se rompió. Sólo le quedaba el sable, y en muy mal estado. Los turcos le rodearon. En-