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tonces papá cogió a uno por el cuello, se abrió paso y echó a correr hacia el teniente Yakovlev y sus hombres, que acudían en su socorro. En aquel momento recibió un balazo en el costado y un bayonetazo en el cuello. Viéndose perdido, se volvió hacia el enemigo y se lanzó a su encuentro gritando: ¡Hurra! Por fortuna, los nuestros llegaban ya y los turcos huyeron... Este acto de bravura le valió a papá la cruz de San Jorge; pero no quiso tomarla hasta que se le dió también a un suboficial que les había salvado la vida a él y a Yakovlev...

—Cuenta usted esa batalla con tantos detalles como si hubiera usted tomado parte en ella—dijo Hipólito Sergueievich.

—Sí, me gusta la guerra. Si ahora hubiera una, yo me haría hermana de la caridad.

—Entonces, yo me haría soldado.

—¿Usted?—preguntó la muchacha, mirando al catedrático de alto abajo—. No, usted bromea.

Sería usted un mal soldado... tan débil, tan flaco...

Hipólito Sergueievich se sintió herido en su amor propio.

¡Soy bastante fuerte, créame usted!—afirmó, como a título de advertencia.

—¿Usted? ¡Ca!

El joven sabio experimentó un deseo loco de cogerla en sus brazos y estrecharla hasta hacerle daño. Estaba ya a punto de hacerlo; pero en el último momento le faltó el valor.

Avanzaban por una avenida bordeada por dos