Va a ser una tormenta horrible!—le declaró la dama, con su voz opaca. a Hipólito Sergueievich, como si se juzgase en el deber de darle tal noticia.
Luego, añadió:
—El coronel se ha dormido.
Y desapareció.
—¿Qué te parece?—preguntó Isabel Ser gueievna a su hermano, señalando con la cabeza al cielo. Creo que tendremos que dormir aquí.
—Si no molestamos a nadie...
—¡Jesús, qué hombre!—exclamó Varenka, mirando con asombro, casi con piedad, al joven sabio. Siempre teme molestar a alguien, ser injusto con alguien. ¡Dios mío, cómo debe usted aburrirse con tanta justicia! A mi juicio, si quiere usted molestar a alguien, moléstele; si quiere usted ser injusto, séalo.
¡Y luego Dios decidirá quién tiene razón y quién se engaña!—le interrumpió, sonriendo, Isabel Sergueievna consciente de su superioridad.
—Creo que debíamos ponernos bajo techado...
¿Queréis?
Nosotros vamos a ver la tormenta desde aquí, ¿verdad?—le propuso Varenka a Hipólito Sergueievich.
El saludó ligeramente con la cabeza en señal de asentimiento.
—Bueno, yo no soy amante de las grandiosidades de la naturaleza... si pueden causar un