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y siniestro, y como se le rompiera el sable, lo sustituyó con una maza, que cayó en sus manos. ¡Sí; era todo un valiente! Pero las tempestades le ponían nervioso como a una mujer...

Tenía mucha gracia! Lo mismo que usted, palidecía, vacilaba... Y con todo eso, era un buen bebedor, un hombre alegre, sano, fuerte, de elevada estatura, y aquellos trastornos nerviosos resultaban en él una cosa muy divertida.

Hipólito Sergueievich miraba, escuchaba, se excusaba, se esforzaba en tranquilizar a los demás, y se daba a todos los diablos. Se le iba, en efecto, la cabeza, y cuando la tía Luchitsky volvió y le acercó un frasco a la nariz, diciéndole que oliese, lo cogió y empezó a aspirar el aroma acre, sintiendo que aquella escena cómica le ponía en ridículo ante Varenka.

La lluvia azotaba con furia las ventanas, los ayos se sucedían, los truenos hacían temblar los cristales, que parecían asustados. Todo aquel ruido le recordaba al coronel el estruendo de las batallas.

—En la última guerra contra los turcos... no me acuerdo exactamente dónde... el ruido tamién era infernal. Se desencadenaba una tormenta parecida a ésta, llovía a torrentes, retumbaban los truenos, los cañonazos, las descargas de la fusilería.. El teniente Vijlaev, en pleno combate, cogió una botella de "vodka", se la llevó a los labios y empezó a beber: bul, bul, bul. Da pronto, ¡pam!, una bala hace pedazos la botella.