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El teniente mira los pedazos y dice: "Diablo!

¡Los turcos les hacen la guerra a las botellas!" Y yo le contesto: "Se engaña usted, teniente; los turcos lo que hacen es disparar contra las hotellas; quien les hace la guerra es usted." Verdad que no estuvo mal dicho?

Se siente usted mejor?—le preguntaba la tía Luchitsky a Hipólito Sergueievich.

El le daba las gracias apretando los dientes, mirando a cuantos le rodeaban con ojos de fastidio y de enojo. Observó que Varenka, a quien Isabel Sergueievna hablaba al oído, sonreía extrañada y recelosa.

Al fin, solo ya en un cuartito, se entregó al examen de su estado de alma.

Furioso contra sí mismo, se esforzaba en comprender de qué manera había llegado a perder su sangre fría. ¿Hasta tal punto estaba enamɔrado de la muchacha?

Su pensamiento divagaba y no podía fijarlo por mucho tiempo en un punto determinado. Le dominaban la indignación y la cólera. Determinó hacerle a Varenka una declaración de amor, no tardando en desechar tal determinación, por considerar imposible para él casarse con aquel lindo monstruo. Se acusaba de haberle permitido turbar de tal modo su alma y se reprochaOba no haber sido bastante animoso en sus relaciones con ella. Le parecía que se hallaba dispuesta a ceder; pero que se complacía en irritarle. La calificaba mentalmente de mujer es-

Varenska
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