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tinuó ella gravemente, juntando las cejas—. ¿Viven como yo muchos hombres?

—¿Y cómo vive usted?—preguntó Hipólito Sergueievich, esperando que la pregunta cambiaría el tema de la conversación.

—Que cómo vivo yo?—exclamó la muchacha. ¡Muy bien!

Y cerró voluptuosamente los ojos.

—Me levanto muy tempranito, y si hace buen día, me pongo contentísima. Como si me hubieran regalado algc muy lindo y muy valioso con que yo soñase hacía tiempo... Luego, corro a bañarme. El fondo de nuestro río está lleno de fuentes frías. El agua está casi helada y parece que pincha en todo el cuerpo. En los sitios muy hondos me tiro de cabeza desde la ribera. ¡Paf! Se siente en todo el cuerpo como una quemadura...

Parece que se tira una a un abismo, y la cabeza le da vueltas. Luego, sale una a la superficie y ve el sol, que la mira riendo. Después del baño vuelvo a casa, a través del bosque, cogiendo flores, respirando hasta la embriaguez el aire campestre. En casa me espera el té. ¡Lo tomo ante un gran haz de flores... y ante el sol, que me mira!

¡Si supiera usted cómo amo el sol! Después comienza el día de trabajo, de preocupaciones domésticas... En casa todos me quieren, me comprenden y me obedecen, y todo va como una seda hasta el anochecer. Puesto el sol, salen la luna y las estrellas... ¡Todo esto es tan hermoso y siempre tan nuevo!... ¿Comprende usted? No sé