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Pero usted no ama la verdad?—preguntó el joven sabio con voz acariciante.

¡No he de amarla! Se la digo a todo el mundo, sin morderme la lengua....

La muchacha se interrumpió, y, tras una corta reflexión, dijo:

—No comprendo cómo puede gustarle a nadie eso. Como estoy tan acostumbrada...

Y sin esperar la respuesta, ordena con voz firme y breve:

¡A la derecha... pronto! ¡Hacia aquel roble!

¡Dios mío, qué torpe es usted!

El bote no obedecía a Hipólito Sergueievich, y se dirigía hacia la orilla no de proa, sino de lado, a pesar de todos sus esfuerzos.

—No importa—le tranquilizó ella.

Y, de pronto, se levantó y saltó a tierra.

Lanzó el catedrático un grito de espanto y, soltando el timón, tendió las manos como para contenerla; pero ella estaba ya en la orilla, sana y salva, con la amarra en la mano.

— Le he asustado a usted?—preguntó con tono contrito.

—He temido que se cayera usted al agua—contestó él dulcemente.

—No hay cuidado! Además, el agua es aquí poco profunda explicó Varenka, tirando del bote.

El seguía sin desembarcar, y pensaba que tal operación le correspondía a él ejecutarla.

¡Mire usted qué hermoso bosque!—le dijo