to Sergueievich contuvo con trabajo una sonrisa irónica.
—Sí, lo quiero!—dijo la viuda con coquetería.
—¿Le gusta a usted Schubert?—preguntó Hipólito Sergueievich.
—Sí. Naturalmente, el primero es Beethoven, el Shakespeare de la música—respondió Benkovsky, volviendo los ojos hacia él.
Hipólito Sergueievich había oído muchas veces llamar a Beethoven el Shakespeare de la música, sin que ese misterio le interesase poco ni mucho; pero el mancebo le interesaba, y preguntó seriamente:
—¿Por qué juzga usted a Beethoven superior a los demás?
—Porque es más idealista que todos los demás grandes músicos.
—¿Sí? Entonces usted se inclina ante los idealistas...
—¿Qué duda cabe? No ignoro que usted es materialista: he leído sus artículos—respondió Benkovsky, con un brillo extraño en los ojos.
"Está dispuesto a declararme la guerra—se dijo Hipólito Sergueievich—. Es un buen muchacho, franco, y, probablemente, honrado hasta la santidad." Y su simpatía por aquel idealista, condenado a llevar las zapatillas del difunto, aumentó.
—¿Entonces, somos enemigos?—sonrió.
¡Claro, no podemos ser amigos!—dijo el otro con ardor.