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Se lo permito gustosísima; pero... algunas veces bebe usted.

—Ahora no quiero.

"No quiere beber con un materialista" pensó Hipólito Sergueievich.

La suculenta sopa de empanaditas o quizá la conducta correcta de Hipólito Sergueievich parecieron suavizar un poco el brillo severo de los ojos negros del joven, que dijo, servido ya el segundo plato:

¡Quizá haya usted juzgado provocativa mi contestación a su pregunta de si somos enemigos.

Confieso que no he estado muy cortés; pero creo que las relaciones entre los hombres deben ser algo libre de todo convencionalismo.

—Completamente de acuerdo — le sonrió Hipólito Sergueievich—. La sencillez de las relaciones entre los hombres es una cosa que me encanta. Y su franqueza de usted, permítame que se lo diga, me ha gustado mucho.

Benkovsky sonrió tristemente.

—Somos realmente enemigos en el terreno de las ideas y no podemos ocultarlo. Elogia usted la sencillez, y estamos de acuerdo; pero... la concebimos de un modo distinto...

—¿Sí?

Claro. Si usted es fiel a las ideas expuestas en su artículo...

—Claro que lo soy, yo no me traiciono.

—Entonces, su concepto de la sencillez es un poco... brutal, demasiado materialista. Pero de-