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Pero yo creo que ese movimiento sólo refleja las aspiraciones de las mujeres que están... de más... Se han quedado fuera de la vida porque no son bellas, o, tal vez, porque si lo son no comprenden la fuerza de su belleza ni sienten la necesidad de dominar al hombre. Esas mujeres están de más en el festín de la vida por muchas razones... Pero dejemos eso... Tomemos el helado.

Benkovsky recibió en silencio, de manos de su novia, un vasito vende, y se puso a mirar con fijeza la masa blanca que lo llenaba, frotándose, nervioso, la frente, temblorosa la mano de emoción contenida.

El catedrático miraba a su hermana, pensando que toda aquella conversación había provocado en él un sentimiento de fastidio, al que se mezclaba la compasión por Benkovsky.

Se levantó y encendió un cigarrillo.

— Vamos a hacer música?—preguntó la viuda a Benkovsky.

El joven se inclinó dócilmente ante ella. Ambos se dirigieron al interior, donde no tardaron en oírse los sones del piano y los acordes de un violín.

Hipólito Sergueievich, sentado en un cómodo sillón, junto a la balaustrada, protegido del sol por la parra salvaje que subía hasta el tejado, a lo largo de unos bramantes, podía oir cuanto hablaban su hermana y Benkovsky: las ventanas del salón en que se encontraban daban al parque y no estaban cerradas sino por la fronda de las flores.