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—¿Ha escrito usted algo desde su última visita?—preguntó Isabel Sergueievna, acordando el piano con el violín.

—Sí; un poemita.

—¡Léalo!

—A la verdad, no estoy de humor.

—¿Quiere usted que le rueguen?

—No; pero... preferiría recitarle a usted los versos que estoy componiendo en este instante.

Se lo suplico!

—Sí, se los recitaré. Pero no han hecho más que nacer... Me los ha inspirado usted.

—Es para mí una gran alegría.

—No sé si habla usted sinceramente...

"Sería mejor que me fuese de aquí"—se dijo Hipólito Sergueievich; pero se sentía demasiado perezoso para levantarse, y se quedó, diciéndose que ellos no ignorarían probablemente su presencia en la terraza.

Momentos después oyó la voz sorda de Benkovsky:

"La luz lunar de tu beldad tranquila
turba mi corazón profundamente...
¿Te burlarás, acaso, de mis sueflos?
¿Me escucharás, quizá, sin comprenderme?"

"Temo que sea demasiado tarde para hacer esas preguntas"—pensó Hipólito Sergueievich, con una sonrisa irónica.

"No hay calor en el brillo de tus ojos;
con su ironía tus palabras hieren;
no conoces los sueñios insensatos
de mi alma"...