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Benkovsky calló, a causa de la emoción, o, quizá, porque no encontraba el final del verso.

"Y, sin embargo, los sueños son tan bellos,
llenos de canciones y esperanzas"...

"No, yo no puedo seguir aquí!"—se dijo re sueltamente Hipólito Sergueievich.

"Esperas tu perdición"—acabó mentalmente el catedrático, levantándose e internándose por la avenida, en el corazón del parque.

Su hermana le asombraba: no era bastante bella para inspirar a aquel joven un amor tan apasionado. Seguramente lo había conseguido oponiéndose a su amor naciente. En tal caso, había que reconocer que no carecía de entereza, pues Benkovsky era hermoso, y la oposición no debía serle fácil a una mujer. Su deber de hermano y de hombre honrado era, quizá, hablarle a su hermana del verdadero carácter de sus relaciones con aquel muchacho, loco de amor? ¿Pero de qué podía servir ya semejante conversación? Además, él no era bastante competente en materias eróticas. Sin embargo, había que indicarle a Isabel que arrastraba a aquel joven a la perdición, si no le ayudaba a apagar su fuego amoroso y a ser más razonable en sus sentimientos e ideas.

"¿Qué sucedería si esta antorcha de pasión ardiese ante Varenka?"—se preguntó de pronto.

No se tomó el trabajo de contestar a esta pregunta, y empezó a pensar en la muchacha. ¿Qué