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na, tras un sueño profundo y sano, y, desperezándose, notaba sus músculos tensos, elástica su piel, su respiración libre y honda.

La mala costumbre de las conversaciones filosóficas, bastante arraigada en su hermana, según veía, le irritaba al principio; pero no tardó en habituarse a tal defecto. Demostró, de un modo inofensivo, con tanta amenidad, la inutilidad de la filosofía, que Isabel Sergueievna empezó a discurrir menos.

Casi todos los días, después de la visita de Benkovsky, el catedrático se prometía hablaile a su hermana de sus relaciones con el joven; pero nunca lo realizaba, renunciando, sin darse cuenta, a intervenir en tal asunto. Además, se decía que no era posible saber cuál de los dos sería másdesgraciado, cuando volviese la razón a la cabeza inflamada del amador; lo cual sucedería el día menos pensado, pues el joven ardía en un incendio de pasión, y el fuego se apagaría fatalmente. Su hermana no igncraba que era mayor que el mozo, y si resultaba castigada, ¿qué se le iba a hacer?: era justo.

Varenka iba con bastante frecuencia. Se paseaban en bote, ya los dos solos, ya en compañía de Isabel Sergeievna; pero nunca con Benkovsky. Se paseaban también por el bosque. Una tarde fueron en coche a un convento situado a veinte verstas de la aldea.

La muchacha seguía gustándole. Aunque le indignaba a menudo con sus palabras, su compa-