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lo dió a entender, y, por el contrario, fingió que quería persuadirle.

—¡Sí, vamos, te lo ruego! Verás qué finca má bonita. Además, iré más a gusto si vas tú conmigo. No emplearemos mucho tiempo, ¿quieres?

El aceptó, pero se puso de mal humor.

"Qué necesidad tengo de menti ?—se preguntaba con enojo. ¿Qué hay de vergonzoso o de no natural en que yo vaya a ver a una linda muchacha?" Y dejaba tales preguntas sin respuesta.

A la mañana siguiente se despertó temprano, y los primeros sonidos diurnos que llegaron a su oído fueron las palabras de su hermana:

—¡Qué sorpresa va a tener Hipólito!

Acompañaba tales palabras una alegre risa, que sólo podía ser la de Varenka.

Se incorporó en la cama, apartando la colcha, y se puso a escuchar, sonriente. Lo que sentía no llegaba a ser alegría; pero era el presentimiento de una alegría cercana, que le acariciaba los nervios.

Saltando de la cama, comenzó a vestirse con un apresuramiento que a él mismo le hacía reir.

¿Qué había ocurrido? ¿Era posible que hubiera ella ido el día de su santo a invitarlos? ¡Vaya una muchacha simpática!

Cuando entró en el salón, Varenka, con el aire cómico de una muchachita culpable bajó los ojos ante él, y, sin coger su mano tendida, dijo tímidamente: